NICÓMACO: Te lo he dicho una y otra vez, Anatoli, que el sentido de la vida es prácticamente inescrutable y no es sensato abrazarse a certeza alguna.
ANATOLI: ¡Pero yo no puedo vivir con semejante inseguridad! Me roería por dentro hasta descoserme y, además, siempre acecharía el miedo a no descubrirlo nunca.
NICÓMACO: Es ley.
ANATOLI: ¿Ah, sí? ¡Yo la maldigo! ¿Y quién la impuso?
NICÓMACO: La propia naturaleza de la condición humana. Y de nada sirve enojarse. Eres joven y, a decir verdad, me recuerdas a mí mismo con toda esa rebeldía, el brillo en tus ojos amenazantes, la frente sabia, las manos enjutas, la boca inquieta y, sobretodo, el motín que se desata en tu interior. ¿O me equivoco?
ANATOLI: Más o menos.
NICÓMACO: Pero es gratuito, totalmente gratuito. Paulatinamente, comenzarás a apreciar las cosas sencillas, desecharás las vacuidades y esculpirás el carácter incluso apreciando los problemas de antaño que, a menudo, encerraban las mejores enseñanzas… hasta comprender que lo importante es disfrutar del momento y ser lo más feliz posible.
ANATOLI: Permítame decirle que me cuesta creerlo, de la misma manera que me resulta inconcebible cómo la mayoría de la gente ignora este asunto. ¿No les preocupa ser manejados como títeres por los dioses? ¿Ser un apéndice más del destino? ¿Ser hijos de lo fortuito?
NICÓMACO: Anatoli, no deberías plantearte los designios azarosos responsables de tu presencia aquí. Eso es muy peligroso. Algunos enloquecieron.
ANATOLI: Y, ¿qué me dice en cuanto a ser barridos por el devenir de los años?
NICÓMACO: Que eso es muy egoísta.
ANATOLI: ¿El qué? ¿Querer permanecer en el recuerdo? Por favor… ¿y quién no lo quiere?
NICÓMACO: Yo, por ejemplo, no lo necesito.
ANATOLI: Mentira.
NICÓMACO: Verdad. Tú anhelas con fervor ser recordado; pero, dime, ¿qué te aportará? Cuando se está muerto, no se siente, no se padece, no se quiere. La percepción del tiempo se antoja eterna, plana, multidireccional. Que haya algo detrás o no… quién sabe, hijo mío, quién sabe.
ANATOLI: No sé… me aterra pensar que nada tenga sentido, maestro. Si lo que haga a lo largo de todos estos años no es recordado, implicará su inexistencia, y eso me destruye en vida, ¿lo entiende? La mejor forma de ser inmortal es viviendo en mentes. Y echar la llave.
NICÓMACO: Eso es totalmente falso, Anatoli.
ANATOLI: Discrepo, y mi cólera se halla lejos de amainar. ¡No! ¡Me niego a aceptar la crueldad de nuestra existencia! ¿Meros trámites? ¿Pasajeros? ¿O, mejor aún, parásitos? ¡Por las furias! ¡No y mil veces no!
NICÓMACO: Calma, calma. Como dijo mi maestro, en paz descanse, todo orgullo, a ojos de la eternidad, no es más que polvo. Y tú, ahora, más imprudente que nunca.
ANATOLI: ¡Por Zeus! ¿Tan malo es no querer perder a mis seres queridos? ¿Aferrarme a una burbuja de esperanza y aliento? ¡Ya sé que es frágil! Pero es todo lo que tengo. Necesito una explicación, ¡compréndame, maestro!
NICÓMACO: Ahí está el secreto, Anatoli, que no hay nada que comprender y todo que aceptar. Aceptarte tú, aceptar un mundo, aceptar nuestro camino y procurar andarlo bien. Percátate de ello y tendrás la suerte de saborear todo lo que comas y bebas, los vientos agradables y los enojados, las sonrisas gratas y el mecer del tiempo. De arrepentidos, el mundo está lleno, tan solo mira a tu alrededor.
ANATOLI: Ya… están todos muertos y ni siquiera lo saben. Andan muertos. Muertos. Escasos arriates para tanta ceniza.
NICÓMACO: ¡Anatoli, basta ya! Abre los ojos y las orejas, pero ábrelos bien y escucha atentamente lo que te voy a decir.
ANATOLI: Pero es que…
NICÓMACO: ¡Es que nada! Silencia tu caos y haz caso: esta vida, acaso ficción, acaso sueño, está plagada de dudas e incertezas. No somos más que el resultado de un cúmulo de circunstancias sobre el que es inútil reflexionar; erramos con un aliento finito por los predios que nos dan de comer; somos muchos “yos” a lo largo de la vida, una concatenación que seguirá bailando sobre sí misma, eterna sombra, hasta…
ANATOLI: ¿Hasta cuándo?
NICÓMACO: Hasta que el silbido de la hoz al bajar la cortina de aire te musite al oído un blues que, entre versos, bisbise el sentido.
Cuidadosamente. . .

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